jueves, 17 de septiembre de 2009

TRECE DÍAS DE PAZ EN TRES MIL AÑOS





Sólo 13 días de paz en tres mil años ...
"El mundo se empobrece gastando QUINIENTOS MIL MILLONES DE DOLARES AL AÑO, en preparativos para la guerra y empleando a casi a la mitad de los cientificos y grandes tecnólogos en tareas militares""Hemos escuchado los razonamientos de las superpotencias, sabemos quien habla en nombre de las naciones, PERO QUIEN HABLA EN NOMBRE DE LA ESPECIE HUMANA ?, QUIEN DEFIENDE A LA TIERRA?"
"Desde una perspectiva extraterrestre nuestra civilización està claramente a punto de fracasar en su tarea màs importante: preservar la vida y la salud de los ciudadan@ s y la futura habitabilidad del planeta.Si estamos dispuestos a vivir con una probabilidad cada vez mayor de una guerra nuclear , no deberiamos dedicarnos a explorar conciencudamente todas las posibilidades de evitar una guerra nuclear ?No deberiamos tener en cuenta los grandes cambios de cada nación en la manera de hacer las cosas ?, una reestruccturación fundamental de las instituciones económicas, politicas , sociales y religiosas?, hemos llegado a un punto en que ya no puede haber más intereses y casos especiales.Las armas nucleares atemorizan a todos los seres de la tierra, los cambios fundamentales en la sociedad son a veces catalogados como poco practicos, como contrarios a la naturaleza humana, como si la guerra nuclear pudiera ser practica.
Carl Sagan

"La humanidad en tres mil años sólo ha logrado vivir trece días sin guerra"
Elena Poniatowska
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"El que la paz llegue o no, depende de la dirección que tome la mentalidad de los individuos y después, a su turno, la de sus naciones"
Albert Schwitzer, premio Nobel

"Las situaciones extremas de la vida presente en el planeta nos hace pensar que, como humanos, sería obligatorio llegar a soñar y lograr cosas distintas a la promesa del consumo, a la promesa de un paraíso en otras vidas. Las urgencias de la miseria no dan espera. Este planeta es un planeta con hambre y con demasiada sed de poder. Es posible que esto último sea la causa de lo primero. Pero, como humanos, no podemos esperar grandes mutaciones biológicas para transitar hacia la justicia. No podemos esperar que el desarrollo tecnológico nos salve de la miseria, si ésta se encuentra oculta en lo más hondo del espíritu de la época y es promocionada por la cultura de la ambición y la competencia.
El desarrollo no puede ser alcanzado sobre la base de esa cultura; tendrá que ser sobre la base de una cultura de la solidaridad y la libertad, o estar condenado a ser crecimiento desigual e injusto. No se trata sólo de encontrar un equilibrio entre la producción y el consumo. Tampoco de la expansión hasta las últimas consecuencias de la frágil frontera ecológica. No es osadía pensar que los humanos podríamos vivir con mucho menos si disminuyésemos la ambición y trastocásemos el pensamiento que privilegia la posesión, por el de la cooperación. Tampoco es una aventura en la nave de las utopías poder llegar a soñar seres que fertilizan el planeta de bondad, alegría y entusiasmo de vida y que encuentran océanos de satisfacción sólo con la idea de poder cooperar en edificar un mundo mejor.
Si pudiésemos disminuir la tecnologización de la vida y recargar con sentido de vida y humanidad el desarrollo tecnológico, es posible que llegásemos a percibir otras fuentes de justicia y de producción amigable con el planeta. Sin embargo, aunque parezca una cruel paradoja, la aceleración del desarrollo tecnológico parece hacer crecer la brecha entre pobres y ricos, como también el espíritu de conquista y de reducción y sumisión de unos pueblos por otros. La ficción inútil de una sociedad de la opulencia empuja una idea de consumo y depredación insostenible. El hombre parece haber triunfado como inventor y fracasado como humano. Su capacidad de inventiva lo encumbra como especie pero parece derrotarlo como ser justo con sus semejantes. En palabras de Albert Schwitzer:
"El hombre se ha convertido en superhombre. Es un superhombre porque tiene a mano no sólo fuerzas físicas intrínsecas, sino que también gobierna gracias a los avances científicos y tecnológicos , fuerzas latentes de la naturaleza, que él ya puede utilizar. Sin embargo, el superhombre sufre una falla fatal: no ha alcanzado el nivel de sobrehumana inteligencia que debería equilibrar su fortaleza sobrehumana. Y necesita dicha inteligencia para usar ese vasto poder sólo con fines razonables y útiles, no para fines destructivos y homicidas".
Entonces, no es una cuestión de algunos ecologistas que sueñan con la defensa a ultranza de la naturaleza, pues hace ya 50 años que Schwitzer nos advertía, cuando recibía el Nobel de Paz, que esa sobre-estimación de nuestra fortaleza, o de nuestra creatividad, podría estar dibujando una mentalidad que engendraría destrucción, no sólo por el camino de la guerra, sino también por el sendero de un modelo económico y social que se nutre, antes que de la solidaridad, de un individualismo a ultranza casi ingenuo que hace creer al ser humano que, antes que ciudadano, es individuo que lucha en una carrera frenética por sobrevivir. Sí: no es nueva, ni pretende serlo, la invitación a un cambio de mentalidad; éste también era el propósito del mismo Schwitzer, quien lo relacionaba con el tema de la paz:
"El que la paz llegue o no, depende de la dirección que tome la mentalidad de los individuos y después, a su turno, la de sus naciones".
Sin embargo, esa carrera desenfrenada por imponer una mentalidad de competencia se ha ido trasladando con bastante éxito del plano del individuo al de las naciones. En dicha carrera habría que hacer un alto para pensar con cautela y prudencia si esa competencia de las naciones no iría a crear un inmenso cementerio de culturas y naciones que, por no estar interesadas, no estar en igualdad de condiciones o no compartir esa mentalidad, irán a ser arrasadas junto con gran parte del patrimonio de la cultura humana y de los vestigios y claves para lograr una vida mejor. La vida no puede ser alimentada por valores inhumanos; derrotar o reducir a otro debe dejarnos en la boca algún sabor amargo. Aunque parezca una ironía, la victoria no nos puede dejar tranquilos de la misma manera como tampoco sumisos nos pueda dejar la derrota. Los fracasos nos podrían enseñar la forma de llegar sin atropellar al otro, sin dejar rastrojos humanos en el camino.
Tendríamos que abrir las compuertas del corazón para comprender el dolor de los demás y, desde allí, iniciar la construcción de lo que Dalai Lama propone como santuarios de paz, territorio de respeto por los otros y la naturaleza. El respeto, como principio de acción y pilar o cimiento de la vida en comunidad. Respetar al otro es no asaltarlo en su confianza, no romper las lealtades creadas desde la amistad, no hacer de la palabra un medio de seducción y de demagogia política. Los desafíos pacifistas no se trasladan sólo a los deberes del Estado o a los compromisos políticos de los grupos. La mentalidad pacifista obliga al respeto diario de los compromisos, como padre a hijo, como vecino a amigo. Violentar a uno de tus semejantes es un acontecimiento demasiado grande para ser minimizado. Traicionar a un amigo puede ser el origen de una rotura insondable. Los conflictos humanos siempre existirán, pero solucionarlos por el camino de la violencia en sus distintas expresiones es una actitud contraria a la humanidad, al humanismo. Sí: descubrir la sociedad pacifista significa aceptar el humanismo como fuente de pensamiento. Humanismo y pacifismo son hermanos naturales, nacen como oasis de optimismo en el desierto del pensamiento bélico. Se contraponen de forma radical al lenguaje militarista.
La vida siempre será conflicto entre lo que pensamos y lo que deseamos. También entre el corazón y la mente, entre el espíritu que sueña con la libertad y la vida diaria repleta de tentaciones, de trampas que nos alejan continuamente y de forma implacable del camino pacifista. La acelerada forma como se desarrollaron los medios nos han permitido conocer cómo la tecnología puede alcanzar metas altísimas, pero, al mismo tiempo, nos ha hecho percibir, como lo decía Martin Luther King en 1964, que:
"Para sobrevivir hoy, debemos eliminar nuestro 'retraso' moral y espiritual. Si no hay un crecimiento proporcionado del alma, los crecientes poderes materiales auguran crecientes peligros. Cuando el 'afuera' de la naturaleza del hombre subyuga el 'adentro', oscuras nubes de tormenta comienzan a formarse en el mundo".
No es un pensamiento mágico, ni trágico, es realismo que desde hace ya cuarenta años anunciaba los instantes que vivimos actualmente. Los momentos de guerra no están desligados de eso que King llama "retraso moral y espiritual". Diría, buscando precisión, que están ligados a una moral monetarista y al espíritu de conquista que aún prevalece después de los fracasos del siglo XX. No es la tecnología lo que nos ha sumergido en la guerra, es la prevalencia del espíritu bélico de muchos de aquellos que lideran el mundo."

http://www.pacifistassinfronteras.org/pensamiento_paz/descubrir.htm

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